En segundo lugar otro de los elementos que impone que seamos cuidadosos con la palabra “tóxica” es que no es una etiqueta puramente científica. No hay estudios de toxicidad, hay estudios de comportamientos que después se han etiquetado como tóxicos, posiblemente se ha puesto esa arma en manos de personas que no entienden las consecuencias de utilizarlo.
En tercer lugar, es una etiqueta reduccionista y personalizadora al máximo. Crea la ilusión de que hay una categoría dotada de cierta homogeneidad que es la «gente tóxica» que se puede aplicar, además, para caracterizar a una persona. Las emociones en las relaciones familiares o de pareja dependen de la combinación de dos personas, con sus actitudes, estados emocionales, creencias, expectativas, necesidades, valores, experiencias, aprendizajes propios.
Finalmente, es una etiqueta que se ha popularizado tanto que implica un serio riesgo de que se vuelva contra nosotros, ya que en realidad no hay personas tóxicas, solo relaciones o comportamientos disfuncionales o violentos. Las personas participan en dinámicas tóxicas, no es que sean personas tóxicas.